“Con inmenso amor y honra hacia mis padres:
Los de la vida y los del amor”
¿Alguna vez, a lo largo de tu vida has sentido que estás en la vida pero no te sientes vivo?, ¿has pasado por periodos de intenso dolor emocional, tristeza, desconexión?, ¿Has vivido fracasos en tus relaciones, en tu trabajo o simplemente hay proyectos con los que has soñado y no llegan a concretarse?, ¿alguna vez has sentido que sencillamente tu vida no fluye?, ¿Sientes que estás sobreviviendo, en vez de vivir plenamente?…
Muy seguramente, la respuesta a varias de esas preguntas fue afirmativa y hace parte de la realidad de muchas personas, entre las cuales me incluyo. Así es, durante un periodo importante de mi vida experimenté esa sensación de vacío y desconexión; la cual me llevó a un proceso de búsqueda interna cuyas revelaciones espero compartir en estos renglones con la intención de que puedan servir de inspiración para muchos otros.
Estaba terminando mi pregrado como Psicóloga y a la par experimentaba una revolución emocional en mi ser, que a pesar de contar con formación académica no me sentía capaz de resolver. Ese momento de crisis fue la puerta de entrada a un proceso de búsqueda interior, donde muchas personas y espacios se abrieron a mi experiencia, cada uno, dejando una ganancia para mi vida.
En esa búsqueda exhaustiva y casi frenética de ayuda para sobrellevar el peso que sentía cargar a cuestas, la vida me llevó a un lugar donde se marcaría un antes y un después, puesto que encontré no solo la respuesta a muchas de mis preguntas, sino que también encontré allí el propósito de mi existencia.
Inicié un proceso terapéutico cuyo nombre a muchos les resulta gracioso, a otros los asusta y otros tantos dicen que es brujería o esoterismo: “las constelaciones familiares”. Para mí, fue la ventana a través de la cual pude ver mi vida en todo su esplendor.
El primer descubrimiento, el más liberador, el que más sanación trajo posteriormente a mí, fue que como dice Garriga (2006) hasta ese momento había tenido “un problema de visión, un problema óptico, un problema de perspectiva”. ¿Qué me faltaba ver?, la respuesta fue sorpresiva aunque parecía obvia: ¡me faltaba ver a mis padres!
Sucede, que muchas personas crecemos en edad cronológica, quizá siguiendo algunos parámetros que la sociedad nos impone: Estudio, trabajo, matrimonio, hijos… tienden a ser en algunas ocasiones “hitos” que al parecer marcarían la tendencia hacia una vida feliz y exitosa. ¿Por qué entonces en algunas ocasiones parece que nada de aquello es suficiente?… desde mi entendimiento actual considero que no lo es, porque en el fondo aún habitan en nosotros nuestros niños internos sintiéndose heridos, abrumados y desprotegidos.
Ruppert (2017), afirma que “para un niño el apego a sus padres es esencial para su supervivencia, lo que explica por qué tiene un efecto tan trascendental y catastrófico en la Psique del niño si esta necesidad de apego seguro y estable no pueden satisfacerla las personas que deben hacerlo: sus padres”.
Muchos crecimos con esa sensación de carencia, con esa pregunta en el corazón, esa ilusión infantil de… ¿y qué tal si la historia hubiese sido diferente?, ¿Si nuestra infancia, muchas veces cargada de experiencias que dejan una huella profunda en el alma, hubiese sido de otra manera?. Incluso, podemos haber crecido con la sensación de que lo que recibimos de nuestros padres no fue suficiente, o quizá podemos guardar en nuestro corazón dolor, resentimiento y rechazo hacia ellos al recordar experiencias vividas en la crianza donde no pudimos percibirlos como seres amorosos y confiables.
Solo date permiso para ir hacia atrás un momento y revisa… ¿Sabes cómo percibieron tus padres tu llegada al mundo?, ¿el embarazo fue planeado o simplemente tuvo que ser asumido?, ¿en qué estado emocional estaban (sobre todo tu madre) mientras el embarazo avanzaba?, ¿se sentía apoyada por tu padre y por otros familiares, o estaba sola?, ¿cómo fue el nacimiento?, ¿hubo complicaciones?, ¿tu madre cuidó de ti durante los primeros años de vida?, y si ella por cualquier razón no estuvo ¿quién te cuidó?.
La respuesta a todas estas preguntas puede resultar esclarecedora y puede decirte mucho acerca de ti, de tu vida y de las experiencias por las que atraviesas en el presente. Ruppert (2016) afirma que “la mente de un niño puede responder ya antes del nacimiento a las influencias traumáticas de su entorno”, ante lo cual, ya desde antes del nacimiento puede producirse una fragmentación en la Psique que puede perdurar a lo largo de toda la vida. A lo anterior se suma que “si los padres están traumatizados, su capacidad de apego y con ello, también su capacidad de amar se ven afectadas”.
Siendo así, cuando la historia de nuestros padres estuvo marcada por el dolor, es muy posible que no logren estar disponibles desde el afecto para asumir su rol. En especial la madre, cuando está concentrada en sus propios traumas, se desconecta emocionalmente de su hijo; lo cual impide que entre ellos se forme un vínculo seguro. El cuál, en palabras de Bowlby, le proporciona la seguridad al niño de ser aceptado y protegido incondicionalmente y se convierte en una base sólida para un desarrollo psíquico sano.
Con este panorama, muchos crecimos en modo sobreviviente, contando con nuestro inconsciente como cómplice siempre protector, cumpliendo con su trabajo de mantener fuera de alcance gran parte de estos recuerdos dolorosos. No obstante, aun siendo así, nos enfrentamos a muchos sucesos casi siempre repetitivos que aparecen de vez en cuando como un recordatorio, como una invitación a traer luz a todo aquello que permanecía oculto: una búsqueda constante de amor y reconocimiento que termina en relaciones fallidas, sentimientos de estar estancados y desconectados de la vida , dolor, amargura y sufrimiento.
En mi caso, creo que ese problema de visión, de perspectiva que mencioné antes, me impedía ver con claridad la historia de mis padres y en consecuencia la historia de mi vida: siempre viví una historia en tercera persona que me contaron cuando tenía apenas unos tres años de edad. La historia de una madre que entregó a su hija al cuidado de una pareja que no pudo concebir y que deseaban con todo su corazón ser padres. Si, esa niña era yo.
Llevar la mirada hacia ellos, a quienes a medida que mi proceso floreció aprendí a llamarlos “los padres de la vida”, me permitió comprender que aunque no estuvieron físicamente presentes en mi crecimiento, de ellos recibí el regalo más hermoso, maravilloso, el que con el paso de los años he interiorizado como “el regalo impagable”. Capas y capas de juicios, reproches, preguntas, resistencia y dolor, de pronto comenzaron a liberarse; cuando comprendí que el vacío que sentía en mi alma tenía el tamaño exacto de esos dos seres a través de los cuales fue posible mi llegada al mundo: mis padres.
Por primera vez la mirada fue diferente, comprensiva, amplia, real… entendí que todo en mi ser habla de ellos, mis células, mi biología está conectada a ellos y también entendí que su legado emocional también está conmigo. De repente, lo recibido a través de ellos que antes era mirado con desazón o incluso a veces ignorado se convirtió en el más preciado de los tesoros: la oportunidad de estar en la vida y la posibilidad de honrarlos haciendo algo bueno con ella. Así, citando nuevamente a Garriga (2006), entendí que “las monedas que recibí de mis padres son las mejores monedas posibles para mí. Son suficientes y son las monedas que me corresponden. Son las monedas que merezco y las adecuadas para que pueda seguir”. Y de mi corazón brotó de manera genuina un eterno ¡Gracias!
Esa integración, a su vez me dio la claridad para ir hacia esos seres que con amor y dedicación me cuidaron y me dieron lo mejor de sí. A quienes a través de mi proceso aprendí a nombrar como “mis padres del amor”. De manera similar, capas y capas de juicios, reproches y críticas fueron desvaneciéndose para dar paso al amor, al entendimiento y a la gratitud; quedando grabada como una impronta en mi alma, una frase que mi madre del amor me dijo a los tres años al contarme la verdad sobre mi origen, mientras dibujaba un vientre con un bebé en su interior y un corazón con un bebé en su interior: “Un hijo después de un tiempo, necesariamente debe salir del vientre de la madre. Pero, cuando el hijo está en el corazón nunca sale de él”.
Con esta nueva fuerza, pude ir entonces a mi hijo, entendiendo que en muchos momentos tampoco estuve presente para él, puesto que estaba concentrada en mi propio dolor. Así, entendí que lo mejor que podemos hacer las madres por amor a nuestros hijos es buscar la sanación para nosotras mismas, puesto que la luz que encontramos para nosotras, de manera automática los ilumina también a ellos, al tiempo que los libera de tener que llevar nuestras cargas.
Haber vivido todo esto puso mis pies en la tierra, me dio un sentido y una misión…
Rumi, el poeta sufí dejó como legado una frase que creo, resume lo que vino después “la herida es el lugar por donde la luz entra en ti”. Así fue, decidí convertir aquello que había causado tanto dolor en una fuerza sanadora para compartir con los demás.
Diariamente, veo en mi consulta personas que llegan sumidas en el dolor, viviendo la ansiedad, la angustia, la depresión, y en general como lo describe hermosamente Garriga, el sin sabor que trae a la vida la terquedad de negarnos a aceptar todo lo que es y a todos los que son en su totalidad. Con estas personas a quienes he tenido el privilegio de acompañar a ese “viaje profundo del alma”, he podido comprobar que el la mayoría de los casos tienen ese mismo problema de visión y de perspectiva que tuve alguna vez.
Luego, una vez se da el reconocimiento viene la calma. Esos rostros que llegan tristes y acongojados, de pronto tienen un nuevo semblante. Se liberan las cargas y hay una nueva fuerza para retomar la vida; que por supuesto no estará libre de dificultades en adelante, pero si estará dotada de la fuerza necesaria para afrontarlas.
Finalmente, quiero retomar las palabras de Hausner (2017) “estamos vinculados a la historia de nuestra familia y es imposible sustraernos de ella. Nos pertenece, es una parte de nosotros y marca nuestra personalidad con todas las fortalezas y debilidades que tenemos”
“El sí a la vida a través de los padres y de los ancestros es para muchos un proceso doloroso y difícil. Se logra a través de la aprobación de los padres, tal como eran y tal como son, como también de la historia de la familia en la cual se ha nacido. El éxito en este proceso se da independientemente del contacto o la calidad de la relación con los padres… también es posible para aquel que no conoce a sus padres ni a sus familias, ya que en sí mismo también es una aprobación a la propia persona, al destino personal y también a la situación vital en la cual se encuentra”
¡Hoy te invito a decirle SÍ a la vida, a tu vida!
Lina María Durango Gil
Psicóloga
Consteladora de trauma y vínculo
Mayo 20 de 2020